La
mímesis musical ocupa un lugar clave en el sistema filosófico de
Schopenhauer. A partir de la analogía de la música con las otras
artes -dice Schopenhauer- podemos inferir que la música debe estar
en relación con el mundo como la representación a la cosa
representada1.
Su
referencia imitativa al mundo debe ser muy profunda, infinitamente
cierta y realmente sorprendente, pues es comprendida de manera
instantánea por todo el mundo, y presenta una cierta infalibilidad
por el hecho de que su forma puede ser reducida a reglas bastante
definidas expresables en números, de las que no puede apartarse sin
dejar de ser completamente música2.
En
este pasaje se nos llama en primer lugar la atención sobre el efecto
generalizado de la música, un efecto inmediato que debe hacernos
sospechar acerca de su íntima relación con la naturaleza humana. A
esto hay que añadir el carácter matemático de sus leyes armónicas,
su relación estrecha con el número que la hace ser una ciencia. El
fundamento numérico de sus leyes no quiere decir que haya que
reducirla al ejercicio aritmético inconsciente del que hablaba
Leibniz, pues si así fuese, el placer que proporcionaría no sería
superior al de una suma aritmética bien hecha, y no ese intenso
placer que experimentamos cuando vemos tomar expresión a las partes
más profundas de nuestra naturaleza3.
Destaca
Schopenhauer la dificultad de determinar la relación mimética
entre música y mundo, relación que se ha intentado aclarar a lo
largo de la historia de la humanidad4.
Su respuesta particular pasa por la asignación a la mímesis de un
lugar en relación a la voluntad. Todas las artes objetivan la
voluntad de forma indirecta a través de las Ideas, y éstas, en su
sentido platónico, son la objetivación de la voluntad5.
Según Schopenhauer:
La
idea es la unidad que ha caído en la pluralidad por virtud de la
forma temporal y espacial de nuestra aprehensión intuitiva6
El
mundo no es nada más que el fenómeno o apariencia de las Ideas en
pluralidad a través de su entrada en el principio de individuación,
es decir, la apariencia que al individuo muestra su percepción y la
forma de conocimiento que le es posible como tal7.
La música sobrepasa el ámbito de las ideas:
Es
una objetivación y copia de la voluntad tan inmediata como el propio
mundo lo es, y como las ideas son con respecto al fenómeno múltiple
que constituye el mundo de las cosas individuales8.
El
contenido metafísico de la música lleva a Schopenhauer a afirmar
que la música, hasta cierto punto, podría existir incluso si no
hubiera mundo en absoluto9,
de lo que se infiere que no es igual a las otras artes, pero también
que la música constituye una expresión de la voluntad. En cuanto
que es así, la música es una forma de conocimiento, y más exacta
que el que permite el conocimiento del mundo pues accede directamente
a la voluntad. No obstante, a través de su relación con la
voluntad, es posible reconocer a la música en el mundo, y a la vez,
conocer el mundo a través de la música. Schopenhauer expresa así
una sugestiva analogía sobre la relación musical que estructura la
naturaleza:
Reconozco
en los tonos más profundos de la armonía, en el bajo total, los
grados más bajos de la objetivación de la voluntad, la materia
inorgánica, la masa del planeta. Es bien conocido que todas las
notas agudas, ligeras,tremolantes, las que desaparecen más
rápidamente, pueden ser contempladas como resultados de las
vibraciones simultáneas del bajo profundo. Con el sonido de la nota
grave, la nota aguda siempre suena débilmente a la vez, y es una ley
de la armonía el que una nota baja pueda ser acompañada solamente
por aquellas notas que suenan de hecho automáticamente y
simultáneamente con ella10.
Es
decir, está comparando el planeta con la fundamental armónica y la
necesidad de relación de lo que tiene masa menor o vibración más
aguda con respecto a tal fundamental (Véase la figura 13 al final de
esta sección).
Si
representamos la fundamental de la serie armónica por “1”, las
demás notas de la serie, dentro del sistema temperado (o de quintas
temperadas), suenan a simultáneo con ella como vibraciones parciales
de ella, con múltiplos exactos, conforme a la siguiente división de
la octava:
C
D E F G A B C
1 9/8 5/4 4/3 3/2 5/3 15/8 2
Para
Schopenhauer esta ley de la armonía tonal es análoga al hecho de
que todos los cuerpos y organizaciones de la naturaleza pueden ser
contemplados como si hubiesen llegado a la existencia a partir de un
desarrollo gradual a partir de la masa del planeta, que es a la vez
su sostén y su fuente11.
En la melodía, en la voz principal, cada vez más libre al abarcar
ya prácticamente todas las alturas, Schopenhauer reconoce el grado
más alto de la objetivación de la voluntad, la vida intelectual que
traza conexiones significanttes de pensamiento en la melodía, así
como retrata cada esfuerzo y cada cambio agitado de la voluntad que
la razón sumariza bajo el amplio y negativo concepto de sentimiento,
y que no puede ser ascendido a las abstracciones de la razón12.
Conforme a esto, puede decirse que las cuatro partes de la armonía:
bajo, tenor, alto, y soprano, o si se prefiere, la fundamental,la
tercera la quinta y la octava, se corresponden con los cuatro grados
de la serie de la existencia: mineral, vegetal, animal y humano13
(Véase la figura 14).
La
analogía armónica schopenhaueriana ilustra una forma musical de
pensar el mundo a partir de la mímesis de objetivación -la mímesis
que realiza la música a partir de la voluntad- que es de gran
interés a pesar de la inocencia ilustrada de sus postulados. En
efecto, Schopenhauer está aceptando la armonía clásica, la de
Rameau, como base de su explicación sin tener en cuenta el carácter
históricamente condicionado de ésta. La afinación temperada, una
convención que se establece tan sólo a partir de Bach en el siglo
XVII, es una simplificación racional en la explicación de los
armónicos sonoros cuya relación con la naturaleza ha sido mediada
por un acuerdo cultural. Toda la ciencia armónica occidental está
basada en el sistema temperado, que cierra el sistema de alturas en
un círculo de quintas, cuando lo que hay es un complejísimo
universo sonoro que asciende en espiral, como se vio en Pitágoras.
Schopenhauer parece olvidar que el sistema armónico que utiliza es
una construcción conceptual, y por tanto que alcanza la unidad
mediante abstracciones post
rem14,
es decir, una construcción hecha a partir de la apariencia o los
fenómenos en el que la razón no tiene tratos directos con la
voluntad, sino mediados a través de la pluralidad de las ideas, lo
que no permite sino una construcción deficitaria. Percibe el
carácter negativo del sentimiento con respecto a la razón pero no
acaba de percibir el carácter racional del sistema armónico en el
que basa su intuición metafísica. Por otro lado, el despliegue
progresivo que pretende para su modelo armónico de la naturaleza
está situando la música práctica - y no sólo esa otra que parece
ser la esencia de la voluntad - fuera del tiempo: la libertad del
intelecto-soprano es posterior a la nota fundamental de la tierra,
mientras que la metáfora armónica las coloca a simultáneo.
El
interés de su propuesta reside, no obstante, en que ilustra la
posibilidad de construir modelos metafísicos musicales a partir de
cualquier estado histórico dado de la ciencia. En efecto, como ya
hemos visto, para muy diferentes conocimientos armónicos el hombre
ha sido capaz de elaborar distintos y complejos sistemas de mímesis
musical; Schopenhauer desarrolla su modelo romántico a partir del
suelo ilustrado de la armonía temperada, y su contenido poético no
es inferior a ninguno de los que le precedieron en este ajuste entre
universo y música. Schopenhauer no sólo es plenamente consciente de
la capacidad metafísica de la música sino que parodiando a Leibniz
dirá que:
La
música es un ejercicio inconsciente en metafísica en el que la
mente no sabe que está filosofando.15
Por
un lado, gracias a su carácter numérico, la música nos da acceso
sensible a las relaciones racionales e irracionales de los números a
través de la consonancia (relación de ratio simple) y la disonancia
(relación de ratio compleja) y no meramente conceptual como hace la
aritmética16.
Por otro lado esta misma naturaleza numérica hace de la música un
lenguaje apto para los fenómenos físicos, pero sobre todo, el
carácter numérico de la disonancia, o si se prefiere, de lo
irracional, de lo que se encuentra en relación numérica compleja,
es, según Schopenhauer una imagen natural - y podríamos añadir,
sensible - de aquello que resiste nuestra aprehensión, y por ende,
de aquello que resiste nuestra voluntad, por lo que la música se
convierte con sus innumerables y complejas secuencias de consonancias
y disonancias en el material con el que la voluntad se hace mejor
patente de una vez ante el humano17.
Música y filosofía se funden en este sistema como antes lo hicieran
en pitagorismo y platonismo18.
La armonía permite una conceptualización de la psicología y la
naturaleza exactamente con el mismo artificio que en Grecia se
hiciera con los números ideales. Schopenhauer añade un nuevo ámbito
a la metafísica musical tradicional pues considera la música
práctica y la humana (y no sólo la mundana como en la Antigüedad),
también como actividades metafísicas. El compositor está revelando
la naturaleza más interna del mundo y el oyente participa del
misterio.
Del
suelo teórico schopenhaueriano partirá toda la obra musical y
filosófica de Wagner, quien se erigió a sí mismo como sacerdote de
una nueva era. Wagner retoma el privilegio schopenhaueriano otorgado
a la música sobre las demás artes, el privilegio de la objetivación
directa de la voluntad frente a la mediación representacional, y por
tanto conceptual de las otras artes, para proclamar al artista
musical como el profeta elegido para una nueva forma de religión
burguesa basada en el proyecto de una obra de arte del futuro capaz
de aglutinar las energías sociales de una manera análoga a como la
tragedia griega hiciera en Atenas19.
El artista musical, mediante la unión de sonido y palabra en el
poema tonal20
es capaz de inaugurar una nueva forma de conocimiento a través del
sentimiento21
que da paso a la formación de un nuevo hombre y de un nuevo orden
social. Para Wagner,la lógica del músico supera a la de la ciencia.
La música ocurre en un espacio distinto al de la experiencia
ordinaria, pero desde el que emanan principios aplicables a la vida
cotidiana.
Para
Schopenhauer, el poder de la música práctica reside en que durante
la escucha la voluntad se ve teñida con los colores de la apariencia
o representación, y no se afectan directamente los afectos de la
propia voluntad, por eso la música nunca causa un sufrimiento en el
sentido en el que se sufre con un dolor específico, sino que siempre
permanece placentera incluso en sus acordes más dolorosos, y
disfrutamos al escuchar en su lenguaje la historia secreta de nuestra
voluntad y todas sus aflicciones22,
lo que la hace el perfecto arte burgués sin riesgos que es la ópera
de Wagner. La experiencia de la vida real es otra cosa.
En
la vida real y sus terrores es nuestra propia voluntad aquello que es
excitado y atormentado, entonces no estamos preocupados con tonos y
sus relaciones numéricas; al contrario, nosotros mismos somos ahora
la cuerda vibramente que es tensada y pellizcada23.
Pero
éste pasaje, destinado sin duda a justificar por qué hay muy
diversos grados de sensibilidad humana ante la música, contradice lo
afirmado más arriba acerca de la inmediatez con que la música
afecta a todos. Si la música objetiva nuestra voluntad y nos la pone
delante para que asistamos a su espectáculo de tensiones y
distensiones, la existencia cotidiana no hace otra cosa, y si hay
alguna diferencia entre una actividad y otra se debe a la distancia
estética que hemos ganado con la música y el espectáculo musical
con respecto a los tormentos e infortunios del espectáculo de la
vida cotidiana, pero no porque las secuencias de afectos que recorre
la voluntad sean diferentes en uno y otro caso en cuanto a su
contenido. Si tal secuencia fuese diferente habría dos formas
diferentes de la voluntad y la música no sería capaz de sobrepasar
a cualquier otra objetivación de las que se dan en el mundo,
entonces no sería tan diferente de las demás artes, o de las mismas
ciencias, como Schopenhauer argumentara más arriba, pues la música
ya vendría mediada por la individuación. Si la música ha de ocupar
el lugar metafísico que le asigna Schopenhauer ha de mantener una
estrecha proximidad mimética con respecto a la voluntad que se le
asigna, ha de ser inmediata, y permitir que cada experiencia
individual de la voluntad lo sea de la misma y única voluntad. De lo
contrario, todo el sistema filosófico sucumbe en la pluralidad de
las ideas en las apariencias, pues ni el concepto ni la privilegiada
forma de conocimiento que supone la música son ya conocimiento en
absoluto de ningún tipo, y la experiencia global del mundo no
encuentra ningún lugar de anclaje que la libere de ser un fuego
fatuo de muchas voluntades. Por otro lado, si el sujeto no se
reconoce como actor, espectador y escenario a la vez, esta forma de
mímesis- que no es otra que la reformulación del marco teórico de
la clásica bajo las condiciones románticas de la voluntad- sólo
conduce al nihilismo. La distancia estética es parte de la misma
representación. La separación es variable, incluso algunas veces
puede llegar a ser imperceptible, como muestra Shakespeare en la
escena del envenenamiento de Hamlet.
Hay música dionisíaca cuando tal distancia es nula, cuando la
voluntad ya no va mediada sino que se objetiva representacionalmente,
cuando es indistinguible de ella, es decir, cuando se rompe para que
el sujeto central se identifique con lo que le rodea. La distancia se
puede hacer nula tanto en las representaciones artísticas como en
las de la ciencia o la vida cotidiana, y de hecho, la dependencia del
sujeto con respecto a la representación que lo constituye hace que
tal distancia tienda siempre a cero, por mucho que se pretenda hablar
desde un ámbito extrarepresentacional artístico, científico,
religioso o filosófico. La tensión del esquema schopenhaueriano, en
el que la pluralidad de las ideas en las apariencias se opone a la
inmediatez de la voluntad en lo musical, produce la paradoja de que
hay conocimiento en donde no hay ideas ni conceptos, en el sentido de
Schopenhauer, y que donde los hay sólo queda la representación,
aunque esta tiende a anularse por la proximidad y dependencia que el
sujeto tiene con respecto a ella. Esto es el dionisismo cuando se
contempla desde la voluntad, que es lo que haría Nietzsche, pero
también es el nihilismo cuando se contempla desde el sujeto
formador/formado de la representación. Para que la teoría de
Schopenhauer tenga sentido es imprescindible que el sujeto se
reconozca triplemente en actor, espectador y escenario, modelo
mimético que apunta al que leemos en el Bhagavad
Ghita y en los
Upanishads:
todo lo que hay en el mundo o fuera de él es Brahma.
1
Cf. Arthur Schopenhauer.The
World as will and representation.
# 52. Dover Publications, Inc.New York. 1969.(2 Vol.).p.256.
2
Schopenhauer. Ibid.
3
Cf. Ibid.
4
Ibid.
5
Ibid. p. 257.
6
Schopenhauer.Ibid. #49. Ed.Cit.p. 234.
7
Cf.Schopenhauer.Ibid.#52. Ed.Cit.p. 257.
8
Schopenhauer.Ibid.
9
Cf.Schopenhauer.Ibid.
10
Schopenhauer. Ibid.p. 258.
11
Cf. Schopenhauer.Ibid.
12
Cf. Schopenhauer.Ibid. p. 259.
13
Cf. Schopenhauer.Ibid.Vol.2.Capt.39.Ed.Cit. p. 447.
14
A diferencia de la idea que es una unidad ante
rem, como él mismo
explica su sistema filosófico en # 49. Vol.I.Ed.Cit
p. 234-235.
15
Schopenhauer. Ibid.Vol I. #52. p. 262.
16
Cf. Schopenhauer.Vol. II. Capítulo 39. p.p. 450-451.
17
Ibid. p. 451.
18
Recordemos las palabras finales de Sócrates en el Fedón,
cuando identifica la música y la filosofía:
Visitándome
muchas veces el mismo sueño en mi vida pasada, que se mostraba unas
veces, en una apariencia y otras en otras, decía el mismo consejo,
con estas palabras: “¡Sócrates, haz música y aplicate a ello!”
Y yo, en mi vida pasada, creía que el sueño me exhortaba y animaba
a lo que precisamente yo hacía, como los que aniiman a los
corredores y a mi también el sueño me animaba a eso que yo
practicaba, hacer música, en la convicción de que la filosofía
era la más alta música, y que yo la practicaba.
(Platón. Fedón
60E-61A. Gredos. Madrid 1988 pp. 32-33).
19
Véase especialmente a este respeco los ensayos de Wagner
The cultural decadence of the nineteenth century
y On
Music and Drama.
University of Nebraska Press. Lincoln and London. 1992. p.p.37-76 y
p.p.179-238 respectivamente.
20
Teoría wagneriana basada en el supuesto de que la vocal es un tono
condensado, y por tanto capaz de la objetivación de la voluntad, en
el que se expresa el sentimiento. Véase
The
art work of the future.#
12.En On
Music and Drama.Ed.cit.p.p.
205-207.
21
Cf.Wagner.The
art work of the future.
#3 p.p.187-192.
22
Cf.Schopenhauer.Ibid. Vol.II.Ed.Cit. p. 451.
23
Schopenhauer.Ibid.
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