11/12/2020

Ordenación del Sonido

 Componer música, en su sentido más general, es ordenar el sonido, determinar secuencias de objetos sonoros. El concepto de orden nos remite al de movimiento: la ausencia de movimiento sería la forma definitiva de orden. Consideramos así que un estado de cosas es más ordenado que otro si cambia menos con respecto a un tercero. Pero la ausencia total de movimiento y cambio no tienen sentido en relación a los seres vivos, al ser humano, por lo que, en el ámbito de la vida, orden sería la homeostasis, el mantenimiento de procesos de equilibrio en el organismo y desorden cuanto se desvía de la homeostasis. La ordenación del sonido que hacemos entonces es la construcción de equilibrios y desequilibrios sonoros conforme a unos patrones vitales de nuestro organismo, determinados psicobiológicamente y de manera cultural. En su forma más simple, componer sería entonces extraer un objeto del flujo sonoro del mundo y contemplarlo, percibiéndolo con atención y contrastándolo con nuestra experiencia general de vida tal y como la hemos recibido y desarrollado dentro de un entorno cultural específico.

El condicionamiento psicobiológico determina el rango de frecuencias que

 podemos oír, el número de armónicos de la serie de armónicos perceptibles, el número de voces diferentes

 que podemos

distinguir, el número y la cualidad de los timbres, los límites de la percepción de simultaneidad sonora, 

etc. Nuestra música está firmemente anclada en nuestra biología y evolución como especie.

Sin embargo, estos condicionamientos o limitaciones no constriñen la creación de orden en todas 

direcciones, sino tan sólo en las que tienen que ver con la percepción y formación de los objetos

sonoros fundamentales con los que se harán las construcciones de orden.

Hay también un condicionamiento a la ordenación de los sonidos que obedece a la praxis cotidiana

que se da en una comunidad concreta. La música es parte de la vida cotidiana y esta experiencia diaria 

el fundamento desde el que toma formas cada vez más complejas. Las sociedades frías tienen canciones 

el comercio y la guerra, para los ritos de la pubertad, para la caza y la matanza de animales, 

así como simbologías específicas adscritas a los diferentes instrumentos. Si un grupo social tiene una 

práctica básicamente vocal y durante generaciones es la música vocal la más valorada y desarrollada,

sus ordenaciones sonoras serán diferentes de aquellos otros grupos que han incorporado diferentes

rganologías para la producción de sonidos, pues la praxis instrumental específica condiciona la producción

y la teorización de la música. La objetivación sonora que permiten los instrumentos frente a las voces

humanas conduce a unas estructuras de orden cada vez más complejas. Por otro lado, los rangos de

expresión emocional y ética que se adscriben a la música obedecen a las costumbres de un grupo, y

aunque las emociones básicas son iguales para cualquier grupo humano, las emociones enarias o

complejas cubren campos de la experiencia más amplios.

Finalmente, la praxis cotidiana evoluciona a formas cada vez más formalizadas y sitematizadas del

ratamiento de la composición musical. Como nos ha mostrado la etnomusicología, la

sistematización musical se da en todas las culturas que han sido estudiadas, y sólo varía el grado de 

complejidad con el que se ha hecho, un grado directamente relacionado con el nivel de complejidad

social y por tanto con el de su ontepistemología. La formalización de la composición musical parte de los 

condiconamientos psicobiológicos y de la vida cotidiana, pero va más lejos de tales

restricciones en cuanto que se convierte en un juego estético en el que se expresan y transmiten formas de 

conocimiento simbólico sobre el ser humano y el mundo en el que vive.

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