10/27/2020

Soledad Sonora

 

El arte musical europeo que evoluciona a partir del Canto Gregoriano y culmina en las grandes orquestas del siglo XX tiene asegurada su continuidad en la sociedad de la Web Mundial no en base a la solidez de ningún sistema teórico en particular de los que han fundamentado su práctica (modalidad, tonalidad, dodecafonismo, etc) sino en la aproximación que se ha hecho al arte sonoro desde la propia condición perceptual humana, el juego con la identidad y la diferencia perceptiva del sonido como proceso de construcción de la experiencia musical.

El contacto con otras grandes tradiciones asiáticas, tanto como el conocimiento y estudio de la música de las llamadas "sociedades frías" ha servido para completar el proceso de autoconocimiento de nuestra identidad musical propia. Al igual que otras tradiciones, la música europea ha buscado la expresión vital en ritos y juegos, creando tal desarrollo un ámbito propio y único, ensimismado, si se quiere, en el que la música ha mostrado ser una forma de expresión de la experiencia humana que ningún otro arte puede realizar. Quizá la mayor diferencia de la música europea con respecto a otras tradiciones sea la de haber liberado el arte sonoro del mismo sonido. Con ello no quiero decir que la música europea, y la Occidental en general, haya dado la espalda al sonido. Al contraio, más que ninguna otra tradición, ha sistematizado el mundo sonoro en su conjunto, tanto el teórico como el práctico y la organología, pero pareja a esta sistematización, ha trasladado el eje desde el resultado sonoro a la experiencia del ser humano que manipula y juega con el sonido.

El romanticismo supuso la ruptura del compositor con los mecenazgos, tanto con el público aristocrático como con las iglesias: el piano abrió un mundo privado a la composición en el que la música alcanzó una dimensión íntima sin precedentes. En las obras de Schubert, o las del último Beethoven, asistimos a un ensimismamiento tan completo como esplendoroso, que llega a la música para quedarse incluso entre aquellos compositores que siguen dependiendo de una vida social compositiva activa en los círculos musicales de su época. 

Esta tradición de "música callada", de "soledad sonora", que ya existía para la poesía mística, se continúa en las obras de algunos compositores del siglo XX, como Anton Webern, y en nuestros días en un ingente número de compositores que viven de espaldas a los canales del mecenazgo mediático y Estatal, gracias a la autonomía creativa propiciada por el nuevo piano: el ordenador. El ordenador no ha sustituido los instrumentos tradicionales por sus timbres sintéticos, pues la autonomía de los instrumentos acústicos está a salvo debido a la simplicidad y eficacia de su tecnología (además de por motivos puramente estéticos de timbre), pero si ha permitido liberar la composición de las grandes estructuras sociales culturales, abriendo paso a orquestas digitales cuyo contenido íntimo está por desarrollarse. La soledad sonora se abre hoy a un terreno nuevo, al margen de las redes sociales mismas en las que aparece o se expresa con la libre espontaneidad. Música que no representa ninguna tendencia, ni es controlada por ningún media, por ninguna autoridad, que no necesita medios, que como el verso escrito con lápiz y papel, se escribe y se pierde en la intimidad compositiva de unos pocos amigos. Música que me hace tanto como yo creo hacerla.

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