La
mímesis musical ocupa un lugar clave en el sistema filosófico de
Schopenhauer. A partir de la analogía de la música con las otras
artes -dice Schopenhauer- podemos inferir que la música debe estar
en relación con el mundo como la representación a la cosa
representada1.
Su
referencia imitativa al mundo debe ser muy profunda, infinitamente
cierta y realmente sorprendente, pues es comprendida de manera
instantánea por todo el mundo, y presenta una cierta infalibilidad
por el hecho de que su forma puede ser reducida a reglas bastante
definidas expresables en números, de las que no puede apartarse sin
dejar de ser completamente música2.
En
este pasaje se nos llama en primer lugar la atención sobre el efecto
generalizado de la música, un efecto inmediato que debe hacernos
sospechar acerca de su íntima relación con la naturaleza humana. A
esto hay que añadir el carácter matemático de sus leyes armónicas,
su relación estrecha con el número que la hace ser una ciencia. El
fundamento numérico de sus leyes no quiere decir que haya que
reducirla al ejercicio aritmético inconsciente del que hablaba
Leibniz, pues si así fuese, el placer que proporcionaría no sería
superior al de una suma aritmética bien hecha, y no ese intenso
placer que experimentamos cuando vemos tomar expresión a las partes
más profundas de nuestra naturaleza3.